"Las cenizas, ya esparcidas, son anónimas. En una tierra o en un océano anónimo. De un cuerpo anónimo que alguien, tal vez, recordará o no. Hay en el mundo quienes quieren apartarse, retirarse, no tener nada que decir y nada para hacer. De eso se trata la virtud del anonimato; de quererse anónimo. Y no de ser ‘anonimado’ por el vértigo insufrible de una permanente e inexpresiva necesidad de acción, necesidad de enunciación, necesidad de estar, siempre, presente en el presente. De querer confrontar, incluso sin quererlo, al barullo reinante con el suave murmullo que nunca se sabrá de dónde salió" (Carlos Skliar, 'Lo dicho, lo escrito, lo ignorado', fragmento).
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